La cultura en el centro de la ciudad: La cartografía cultural como herramienta de política pública
La planificación de una ciudad no puede reducirse a cemento y asfalto. Una urbe verdaderamente sostenible es aquella que garantiza los derechos culturales de sus ciudadanos y reconoce la cultura como un eje central de su desarrollo. La cartografía cultural no es solo un diagnóstico: es una herramienta para transformar la realidad desde un enfoque de derechos y territorialidad. Los datos revelan que garantizar los derechos culturales requiere una aproximación integral desde las políticas públicas, considerando tanto la dimensión territorial como la social.
En un contexto de crecimiento urbano acelerado, la cultura no puede seguir siendo una variable secundaria en la planificación de la ciudad. Como plantea la Nueva Agenda Urbana de Hábitat III, las ciudades sostenibles deben integrar la cultura en su modelo de desarrollo, reconociéndola como un eje fundamental para la construcción de comunidades más equitativas y resilientes. Hablar de espacios culturales en la ciudad es hablar de derechos culturales, territorio y sostenibilidad: fomentan la participación ciudadana, revitalizan el espacio público y fortalecen las identidades locales.
Si bien las políticas de urbanismo suelen centrarse en infraestructura, vivienda y transporte, cada vez es más evidente que el acceso a la cultura es un indicador clave de calidad de vida y un derecho fundamental. La Cartografía Cultural de Lima nos muestra cómo y dónde se produce la cultura en la ciudad, ayudando a identificar zonas de alta actividad cultural y áreas donde las oportunidades de participación y creación son escasas o inexistentes. Los datos del mapeo pueden orientar diversas acciones:
- Descentralización cultural con enfoque territorial: La distribución de espacios culturales en Lima revela una necesidad urgente de equilibrar la oferta cultural. Cuando distritos enteros tienen menos de cinco espacios culturales, queda claro que no basta con una oferta rica en el centro. Se requieren estrategias para llevar infraestructura y recursos culturales a todas las zonas de la ciudad. Programas de recuperación de espacios públicos en zonas periféricas pueden facilitar que la cultura florezca desde las propias comunidades.
- Superar la brecha de gestión pública de espacios culturales: Los datos revelan que solo el 18% de los espacios culturales activos en Lima son de gestión municipal, mientras que la sociedad civil sostiene el 53% del total mapeado. Esta brecha evidencia que los gobiernos locales tienen una responsabilidad directa en fortalecer la infraestructura cultural pública, garantizando el derecho a la cultura con mayor equidad territorial. Políticas de inversión en nuevos espacios culturales y el fortalecimiento de los existentes pueden contribuir a cerrar esta desigualdad.
- Protección de espacios culturales comunitarios y garantía de derechos: Representando el 40% del total mapeado, estos espacios requieren marcos normativos que los protejan y fortalezcan. No se trata solo de otorgar permisos de funcionamiento, sino de generar políticas que reconozcan su valor social y garanticen su sostenibilidad como parte del derecho a la cultura. Ordenanzas que protejan el patrimonio cultural vivo o incentivos para espacios autogestionados pueden marcar la diferencia entre la supervivencia o desaparición de estos lugares vitales para la comunidad.
- Participación ciudadana y gobernanza cultural: La experiencia del #Mapeo2024 demuestra que cuando las comunidades se involucran en la identificación y gestión de sus espacios culturales, estos se fortalecen y multiplican. Las políticas culturales deben garantizar la participación activa de la ciudadanía en la toma de decisiones sobre la vida cultural de la ciudad, promoviendo mecanismos democráticos y colaborativos entre gestores culturales, comunidades y autoridades locales.
Repensar la ciudad desde un enfoque de derechos culturales y territorialidad
La cartografía revela patrones reveladores: los distritos con mayor uso de espacios culturales suelen ser aquellos donde la vida comunitaria es más vibrante y el sentido de pertenencia es más fuerte. Cuando un grupo de vecinos transforma un parque abandonado en un anfiteatro comunitario, o una biblioteca popular activa una plaza, estamos viendo ejemplos vivos de cómo la cultura puede ser un motor de regeneración urbana y ejercicio de derechos.
Sin embargo, la planificación urbana tradicional ha visto la cultura como un elemento accesorio, algo que se añade después de resolver las “necesidades básicas” de la ciudad. La cartografía nos invita a invertir esta lógica: ¿Qué pasaría si pensáramos la cultura como un derecho básico del desarrollo urbano? ¿Si cada nuevo desarrollo inmobiliario, cada renovación de espacio público, cada plan de mejora urbana incluyera desde su concepción espacios para la expresión cultural?
La cartografía cultural no solo es un insumo para las políticas culturales, sino también para la planificación urbana:
- Identificación de zonas con menor infraestructura cultural para descentralizar la oferta y equilibrar el desarrollo cultural de la ciudad.
- Protección de espacios culturales y públicos en riesgo de desaparición por procesos de gentrificación o dificultades de sostenibilidad.
- Diseño urbano con enfoque cultural y territorial, integrando espacios para la creación y el encuentro en nuevos desarrollos urbanos.
- Estrategias para la activación cultural de plazas y parques, convirtiéndolos en puntos clave para la vida comunitaria.
- Proteger y fortalecer la cultura urbana como un derecho
- Los datos también alertan sobre una amenaza creciente: la gentrificación está poniendo en riesgo muchos espacios culturales históricos, especialmente en distritos como Barranco y el Centro Histórico. Necesitamos una planificación urbana que no solo cree nuevos espacios culturales, sino que también proteja los existentes, reconociéndolos como parte fundamental del tejido social y la memoria de la ciudad.
Ejemplos como el Teatro Vichama en Villa El Salvador o la Casa Cultural Haciendo Barrio en San Juan de Lurigancho demuestran que cuando la cultura se integra genuinamente en la planificación territorial, se convierte en un catalizador de transformación social. Estos espacios no solo ofrecen actividades culturales: crean comunidad, fortalecen la identidad local y generan nuevas formas de habitar y cuidar el territorio.
La cartografía cultural de Lima no es un simple registro de datos, sino una invitación a la acción desde un enfoque de derechos culturales y territorialidad. Es el momento de que las políticas públicas dejen de considerar la cultura como un accesorio y la reconozcan como lo que es: un derecho fundamental y un pilar indispensable para construir ciudades más justas, democráticas y habitables.